jueves, 5 de febrero de 2015

Música Slow


Existe un movimiento internacional llamado Slow, generalmente traducido al castellano como Movimiento Lento, que pugna por desacelerar la vida, no por hacerlo todo lentamente sino por realizar las cosas al ritmo que cada una necesita, sin el agobio característico de la prisa contemporánea que produce personas estresadas, enfermas e insatisfechas. La filosofía Slow nació en 1989 cuando Carlo Petrini, sociólogo piamontés, presentó un movimiento llamado Slow Food que se rebelaba contra la cultura americana de la comida rápida que priva a las personas de comer saludablemente, relajarse y de convivir con los seres queridos, actividades que nos producen bienestar físico, emocional y potencian nuestra supervivencia.

La filosofía Slow saltó del tema de la comida a la moda, a la educación, al sexo, al arte, hasta producir acreditaciones de ciudades ralentizadas “Cittaslow” en donde se procura que los ciudadanos tengan horarios que les permitan cocinar y comer en familia, comprar productos locales, tener actividades comunitarias y entornos propicios para la felicidad y la autodeterminación.

El Movimiento Lento no propone una vida aletargada, sino una actitud lenta ante el ritmo de la vida. “Lento” no significa “despacio”, en esta filosofía “Lento” significa hacer las cosas con serenidad, con el cuidado que cada cosa necesita, poder ser receptivo y reflexivo ante la realidad, ser consciente de nuestras intuiciones, poder tomar pausas y ser pacientes.

Carl Honoré, uno de los principales expositores de la filosofía Slow escribió en su libro Elogio a la Lentiud:
“Tentados y encandilados a cada momento, tratamos de amontonar tanto consumo y tantas experiencias como nos sea posible (…)El resultado es una corrosiva desconexión entre lo que queremos de la vida y lo que, de una manera realista, podemos tener, lo cual alimenta la sensación de que nunca hay tiempo suficiente”

Tomando como punto de partida estas ideas me detengo a pensar en nuestra vivencia de la música. La tecnología nos facilita el acceso a la música a mansalva, ya no dependemos de que un ejecutante haga sonar su instrumento porque hay todo tipo de dispositivos para sonorizarnos día y noche hasta dentro de una gruta. A través de internet podemos escuchar casi todo lo que existe gratuitamente. Somos ricos en música pero pobres en experiencias musicales. ¿De qué nos sirve tener almacenados 100 Gb de arte sonoro si nunca lo escuchamos realmente?

Las personas creen que la música es la banda sonora de la película que protagonizan y la ponen para todo menos para gozarla intensamente. Acumulan canciones que francamente nunca escuchan con atención porque la vida acelerada les impide serenarse, ser receptivos a lo que están oyendo, reflexionar en ello y, menos aún, tener la paciencia para dejar que termine una obra sin comenzar a hacer otra cosa simultáneamente. Comprendo que acompañar el transporte, el ejercicio o el quehacer cotidiano con música es cosa buenísima, pero eso no es una experiencia musical, es tener un soundtrack estimulante.

Una experiencia musical plena es un acto de consciencia, de unión con el universo hecho sonido y a la vez de íntimo contacto con uno mismo. Transforma interiormente porque es una especie de meditación sonora que nos permite vaciar la mente y tener una vivencia plena en el aquí y el ahora del sonido. Una audición concentrada eleva los niveles de dopamina y serotonina generando un efecto ansiolítico, por lo tanto refuerza  nuestra salud y bienestar.

También debemos reflexionar sobre una educación musical Slow, donde los estudiantes avancen al ritmo que pueden, disfrutando del estudio sin la presión excesiva de tener que alcanzar a interpretar determinado repertorio en un semestre; cosa que se lograría si los maestros pusieran objetivos adecuados al alumno que tienen en frente y no a los planes de estudio dictados en una oficina que desconoce siquiera el rostro de los destinatarios del programa académico.

Vivir la música Slow  no es oír  un producto comercial de relajación, nada tiene que ver con el número de golpes por minuto que tenga el pulso de las obras,  es una actitud concentrada, serena, paciente, intuitiva, reflexiva y silenciosa que nos permite tener una experiencia musical plena y gozosa.

[Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en la Revista Cultural Alternativas en el mes de Febrero de 2015]