martes, 29 de abril de 2014

Cri-Crí: el grillito pantocrátor



“Eso de crecer es una pérdida de tiempo”
dijo Cri-Crí a un niño que ya quería ser adulto.


Cri-Crí es un señor que una vez fue un grillo que vivía en campos y bosques tocando su pequeño violín pero se volvió señor para quedar a salvo de escobazos, pisotones y lluvias insecticidas. No era precisamente compositor ni cuentista, era un creador de mundos contenidos en canciones de 3 minutos promedio. Dentro de esos mundos habitaban personajes que curiosamente nos remiten a alguien muy familiar,  a ellos les suceden cosas que también nos pasan a nosotros:  a mí también María me traía la leche muy caliente o muy fría; mi abuelita tenía un ropero con retratos y yo me preguntaba porqué no tenía los dientes en la boca, sino en un vaso dentro del baño.

Para narrarnos sus historias Cri-Crí usó un lenguaje versátil, un vocabulario amplio, adaptado a la cultura del mundo contenido dentro de cada canción y coherente con el ritmo de la música que transportaba sus palabras. A través de un son, por ejemplo, nos cuenta la historia de un negrito con cara angelical que salió más deslenguado que un perico de arrabal. De todo hizo: tango, vals, marcha militar, swing, folclor ruso… la lista de géneros que usó es larga, era un músico fabuloso, en todos los sentidos de la palabra. Escucharlo es la forma más alegre y sencilla de introducir a un niño a la cultura.

En la década de los cuarenta mis abuelos ponían a mi padre a escucharlo frente a la radio todos los sábados cuando transmitía en vivo desde la XEW; mi Papá me ponía de pequeña sus cuentos en un disco LP  que funcionaba con una aguja que hacía que Cri-Crí repitiera extrañamente que el ratón vaquero sacó su pisto, su pisto, su pisto y luego brincaba hasta la parte en que se quitaba el sombrero; y hoy mis hijos, a través de internet ¡se quedan quietos! imaginando al caballo con un callo que al correr se le inflamó y no puede llegar a comer su alfalfa fresca y verde como esmeralda.

Los personajes de Cri-Crí han atraído a tantas generaciones porque son un compendio rítmico del imaginario popular. Con una polca alemana nos retrata al tío de Hans, un señor muy enojón que tiene al muchacho metido en una pieza estudiando la física, la química y la historia natural. Usando una escala pentatónica nos introduce a la China idealizada donde los chinitos prenden farolitos, comen con palitos y tienen un mandarín con bigotes de tallarín, un vestido rico, trenza y abanico y chinelas de Pekín. Para usar ejemplos nacionales tenemos a la olla y el comal, que podían haber salido en una película de la época de oro del cine mexicano discutiendo por el espacio vital de la estufa: es que estoy en el hervor de los frijoles y ni ánimas que deje para asté todo el brasero, dice la olla;  a lo que le contesta contundente el comal: Cuando cruja no arrempuje, con sus tiznes me ha estropeado ya de fijo la elegancia que yo truje.

Cri-Crí nos recuerda que en la infancia la realidad se contempla de manera diferente, más sensible a la belleza de la vida, por ejemplo, cuando habla del comercio dice que es un juego que se juega así: “dentro de la tienda hay un largo mostrador detrás del cuál hay una señorita o un joven que se pasan el día mirando a la calle; entran otras personas a cambiar dinero por objetos poco interesantes que rara vez son dulces o juguetes. El que entró vuelve a salir con su paquete y el vendedor guarda el dinero en un cajón ¿para qué lo guarda? Con lo bonito que es arrojar las monedas al riachuelo para verlas brillar en el fondo como peces redondos” Qué bien nos vendría quitarnos un minuto al día los lentes de la adultez para contemplar la transformación de las monedas en peces redondos.

La Feria del Libro de León tendrá un espacio infantil con talleres y actividades dedicado a Cri-Crí, allí niños y adultos podremos hacer un tour por esos mundos.

 (Versión original del artículo publicado por Liz Espinosa Terán en Abril de 2014 en la Revista Cultural Alternativas)