lunes, 1 de diciembre de 2014

Artivismo musical




“Cuando uno impulsa un cambio social, político o ambiental usando sus habilidades creativas para comunicar a través de actividades artísticas eso debe ser conocido como ARTIVISMO”
Frank Berganza


El abuso que padecen unos cuantos nos duele, nos enoja y nos hace vulnerables a todos. Nadie debería ser indolente a la tragedia ajena porque es indirectamente la propia. Por eso la pasividad es la peor de las decisiones, lo contrario: el activismo, tomar acciones concretas para denunciar abusos, crímenes, daños al medio ambiente o restaurar y transformar a la sociedad, es el mejor camino posible.

El activismo es un camino que se puede transitar de mil formas, no todo son marchas, bloqueos de carreteras, peticiones con firmas multitudinarias o huelgas de hambre: también existe el Artivismo. Cuando se lucha por una causa social haciendo uso de una obra de arte se hace Artivismo. El término es reciente, pero la función del arte como vehículo para generar conciencia sobre un problema social, para gritar ¡YA BASTA! o para animar a la sociedad a cambiar, es tan viejo como el arte mismo.

La música es poderosa: despierta, conmueve, convence y energiza. Tiene además una enorme ventaja:  no quema, no destruye, no obstruye el tránsito de los ciudadanos y no infiere lesiones en objeto o sujeto alguno mientras se produce; características que no siempre poseen otras formas de hacer activismo. El Artivismo musical es completamente ajeno al vandalismo que a veces suscitan las causas más nobles, es una manera de combatir la violencia sin violentar a la sociedad que está harta de padecerla.

Más allá de la canción de protesta, que sería el caso clásico, tenemos ejemplos recientes como el Premio de la Paz de Westfalia a la Orquesta del Diván de Oriente y Occidente que dirige Daniel Barenboim donde reúne a músicos palestinos, árabes e israelíes en espíritu de concordia, mostrando el camino a la convivencia a través de la música. Tenemos ejemplos nacionales como la Lacrimosa, parte del Requiem de Mozart, que la Orquesta Filarmónica de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México dedicó en concierto de gala a los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa. Café Tacvba, Zoé y otros artistas también han dedicado espacios en sus conciertos para generar en el público conciencia al respecto; protestas de estudiantes de la Escuela Nacional de Música, por el mismo terrible caso, en donde se manifestaron pacíficamente cantando el simbólico coro Va, pensiero de la ópera Nabucco. No todo es protestar, Artivismo también es proponer soluciones a través de la música, como lo hacen las 4 Orquestas Infantiles y Juveniles con fines de transformación social que existen en nuestra ciudad.

Una idea equívoca que deberíamos desechar es que el arte y la democracia son cosa de artistas y de políticos: no solo las ONG’s hacen activismo, no únicamente los músicos profesionales hacen música, cualquier ciudadano que no desee ser víctima de un abuso o que quiera incidir mínimamente en su comunidad para mejorarla puede hacer Artivismo musical. Desde la cosa más simple, como compartir una canción por las redes sociales expresando junto con ella nuestra inconformidad o nuestras propuestas de cambio, hasta cantar a coro en una plaza pública para manifestarse; marchar tocando música para cazuelas y garrafones, y aquí me detengo: no hacer escándalo sin ton ni son con cazuelas y garrafones, sino con una mínima intención musical; realizar un flashmob; colaborar con nuestro tiempo, habilidades o dinero con las causas de desarrollo social que se valen de la música; se pueden encontrar muchas maneras de incidir en la realidad pacífica y artísticamente llevando la imaginación al poder creativo y persuasivo de la música.

[Versión original del artículo publicado en Diciembre de 2014 en la Revista Cultural Alternativas]




lunes, 3 de noviembre de 2014

Orfeo y Eurídice, una obsesión operística



El estilo barroco nació con la ópera y la ópera nació con la historia de Orfeo y Eurídice; a partir del siglo XVII ocho compositores han creado versiones dramáticas o satíricas de la aventura, mejor dicho desventura, de esta pareja; versiones que no han cesado de representarse anualmente en los teatros de todo el mundo.

Orfeo fue nieto de Zeus y Mnemósine porque nació de Calíope, musa de la poesía y la elocuencia, esposa de Eagro, el rey de los tracios. Rumores maliciosos de la antigüedad dicen que su verdadero padre fue Apolo, virtuoso tañedor de la lira, inspirador de la belleza, la perfección y la armonía. Diríamos que era una chico de “buena familia” que heredó una capacidad sobresaliente para la música, basta poner como ejemplo que gracias a ella los Argonautas pudieron resistirse al canto de las sirenas y continuar su búsqueda del Vellocinio de oro sin haber sido devorados por las seductoras cantantes coliescamadas.

Ovidio relata que Eurídice, la suertuda novia de Orfeo, fué a dar al Hades, morada de los muertos, por la mordedura de una serpiente. Hasta allí descendió Orfeo en su búsqueda y con su canto conmovió a Perséfone, reina del Inframundo, quién permitió a Eurídice seguir a Orfeo de vuelta a la tierra con la condición de que su esposo no la mirara hasta haber dejado el Averno. Eso de condicionar a los amantes nunca ha funcionado bien y Orfeo “temiendo que no abandonara ella y ávido de verla,
 giró el amante sus ojos, y en seguida ella se volvió a bajar de nuevo” (Metamorfosis, Ovidio).

Esta es la historia más contada en la ópera, con las licencias que cada autor ha querido: Monteverdi, por ejemplo, respetó el dramático desenlace; Peri y Caccini impusieron un final feliz en el que la pareja se reúne en el mundo de los vivos; Offenbach, que hizo de ésta una ópera bufa, puso a Eurídice feliz de vivir en el inframundo con su amante Plutón, la versión romana de Hades.

Las primeras 5 versiones operísticas de esta historia fueron creadas durante la primera mitad del siglo XVII.  L´Euridice, fábula dramática de Jacopo Peri (1600);  L´Euridice de Giulio Caccini (1602) y La Favola de Orfeo de Claudio Monteverdi (1607) hoy son conceptualizadas como ejemplos de las primeras óperas en la historia, pero en aquellos días sus autores las llamaban “dramas en música”. Un grupo de humanistas, músicos e intelectuales florentinos conocidos como la Camerata de Bardi, entre los cuales estaba el cantante Julio Caccini, llegaron a la conclusión de que las tragedias griegas no eran únicamente actuadas, eran entre cantadas y recitadas. Inspirados en ésto comenzaron a experimentar la creación de una obra dramática con “monodia acompañada”, es decir, una sola voz acompañada por un instrumento, cosa que hoy nos parece lo más normal del mundo, pero que en aquellos días era verdaderamente contrastante con estilo polifónico renacentista de finales del siglo XVI. A este tipo de canto se le conoce como recitativo y es parte esencial de la ópera barroca.

En 1619 Stefano Landi puso música a un texto del poeta Angelo Ambrogini “Poliziano” y estrenó en Roma La muerte de Orfeo, tragicomedia pastoral.  Trascendiendo las fronteras de las ciudades Italianas, en Paris, en 1647 se representó la 5ª versión diferente de éste mito: Orfeo de Luiggi Rossi, con libreto de Francesco Buti.

Abrazando un nuevo estilo musical, que ahora llamaríamos “clásico”,  Christoph W. von Gluck hizo dos versiones, la primera: Orfeo ed Euridice, estrenada en Viena en 1762, tuvo un libreto en Italiano y al entonces famoso castrati Gaetano Guadagni como Orfeo.  Después, para adaptarse a los gustos de público parisino, pidió a Pierre-Louis Moline que hiciera un segundo libreto en francés; hizo modificaciones a la orquestación y cambió la voz de castrati por la de tenor alto, más afín al público de la Académie Royale de Musique que la escuchó por vez primera en 1774. La tercera versión del Orphée et Eurydice de Gluck es en realidad de Hector Berlioz quien tomó elementos de la versión italiana y la francesa y estrenó una adaptación para alto femenino en el Théâtre Lyrique en 1859. Franz Liszt, que dirigió una representación en Weimar, fue inspirado por el mismo tema y decidió sustituir la obertura de Gluck por un poema sinfónico propio: Orpheus.

El siglo XX también tuvo su dosis de Orfeo y Eurídice, el francés Darius Milhaud, compositor alejado del lenguaje tonal tradicional, creó su versión en una ópera de 3 actos llamada Les malheurs d'Orphée (1925) por encargo de 
Winnaretta Singer, famosa mecenas de inicios de siglo, heredera de la Singer Corporation. En 1951, 160 años después de haber sido compuesta, fue estrenada L'anima del filosofo, ossia, Orfeo ed Euridice de Franz Joseph Haydn. ¿Qué tendrá esta historia que pasan los siglos y no deja de recrearse?


[Versión original del artículo publicado en la Revista Cultural Alternativas en Noviembre de 2014]


jueves, 9 de octubre de 2014

Conciertos y desconciertos virginales


Conciertos y desconciertos virginales:
Un panorama de la música en los tiempos de Shakespeare
Por Liz Espinosa Terán

Miremos a Shakespeare con los oídos, a través de la música que lo envolvía. Para comprender mejor la cultura de la época Isabelina, segunda mitad del siglo XVI, hay que tener en cuenta que estuvo marcada por la asimilación del Anglicanismo en el contexto de una sociedad que estaba dando un cambio de pertenencia eclesiástica, pues a penas en 1534 se había declarado que la Corona era la única cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra.

Hay frases sobre música en las obras de Shakespeare, también indicaciones para la entrada de música incidental en sus libretos, se sabe que dentro de las obras usaban un Broken Consort, conjunto musical pequeño de cuerdas y vientos, pero las piezas dramáticas de Shakespeare no son óperas, no existe una partitura específica para ellas. La música incidental que usaban era la producida durante el renacimiento inglés.

La música Isabelina tiene a dos figuras centrales: Thomas Tallis y William Byrd. Tallis fué miembro desde 1543 de la Capilla Real de Enrique VIII y de sus sucesores: Eduardo VII, María I e Isabel I. William Byrd también fue miembro de la Capilla Real a partir de 1572, durante el reinado de Isabel I y después con Jacobo I, su sucesor. Estos compositores, que habían sido formados en base a los cánones musicales de la Iglesia de Roma, fueron los encargados de crear obras para la nueva liturgia anglicana. Los primeros motetes en inglés, por ejemplo, son obra de Tallis. Ambos alternaron la composición de Misas y Motetes católicos con ciclos de Motetes, Maitines y piezas para el Servicio Anglicano, usando una textura menos compleja para la música reformista; y pasaron gran parte de su vida profesional sorteando el hecho de ser católicos que navegaban en un mar protestante más o menos intolerante. Por un lado tuvieron privilegios como el monopolio de la impresión y venta de partituras, pero por otro, a Byrd, por ejemplo, le tocó pagar multas por aparecer en las listas de recusación donde se consignaba a los que cometían el delito de no adoptar la religión oficial.

La tendencia polifónica, es decir: la música hecha para 2 o más líneas melódicas simultáneas, imperó indiferente en el católico latín, en el puritano inglés y en parte de la música profana e instrumental, por ejemplo: The Browing, variaciones instrumentales sobre la melodía popular The Leaves be Green de Byrd, que fue creada mientras Shakespeare escribía la Comedia de las Equivocaciones.

Cuando pensamos en la música instrumental del renacimiento isabelino hay que remitirse forzosamente a la música solista para Virginal, un instrumento de teclado parecido al clavecín, en el que las cortesanas de la Reina virgen interpretaban Pavanas, Gallardas, Fantasías y otras piezas para teclado. El conjunto instrumental típico conocido como English Consort, regularmente consistía en 3 instrumentos de cuerda pulsada, como el laúd o la cítara, 2 instrumentos de arco, como el violín y la viola y una flauta traversa. Además de Byrd, John Dowland, Thomas Luppo y Orlando Gibbons produjeron piezas para esa dotación, escucharlas es una manera sublime de leer a Shakespeare.

[Versión original del artículo publicado el mes de Octubre de 2014 en la Revista Cultural Alternativas]

viernes, 19 de septiembre de 2014

Odile, el viento negro. Relato de la experiencia del huracán que nos pasó por encima

“Aquí en los Cabos nunca pasa nada” dijo con tranquilidad la anfitriona del hotel, “estará lloviendo todo el lunes y seguro que el martes sale el sol”. Con esa confianza comenzamos nuestras vacaciones el sábado por la tarde, sacando cosas de las maletas y haciendo el súper para alimentar durante una semana a la familia: mi suegra, 3 cuñadas, 2 concuños, 2 gemelas de 1 año, 4 niños, mi esposo y yo.

El sábado por la noche una circular nos avisó que el huracán había cambiado de categoría y que por ello al día siguiente nos reubicarían a otras habitaciones del hotel más seguras ¡ay qué lata, ya que acomodamos todo! Otra circular  llegó la mañana del domingo y nos pidió que dejáramos todo empacado y marcado en las tinas de la habitación y que nos presentáramos en un salón con nuestras identificaciones, una almohada y un cepillo de dientes porque durante el paso del huracán todos los huéspedes estaríamos reubicados en un sitio seguro dentro del inmueble. Yo miraba a la ventana y veía un mar calmo y un día nublado pero sin lluvia y pensaba: seguro tanta precaución es para evitarse demandas. Vamos a preguntarles –dijo una de mis cuñadas- si nos dejan quedarnos encerrados dentro de nuestras habitaciones. Tan tranquilas estábamos que tanta precaución nos parecía una exageración, pero bueno, había que obedecer por nuestra propia seguridad.

Ya listos para salir de la habitación, en un santiamén comenzó a llover fuerte. Salí con mis niños, el viento nos empujaba, a Inés la tiró; en el trayecto del cuarto al salón nos empapamos de pies a cabeza y permanecimos mojados prácticamente hasta el día siguiente. Eran apenas las 2 de la tarde, faltaban varias horas para que Odile tocara tierra.

El gerente general explicó que ese salón estaba certificado como refugio por Protección Civil y que no dejaría salir a nadie hasta que pasara por completo el huracán y un equipo evaluara que las condiciones eran seguras para regresar a las habitaciones. Me resigné: tendremos que pasar la noche aquí, pero seguro que mañana como a la 1 ya nos dejarán salir.  Cuando te advierten: se puede ir la luz, no habrá aire acondicionado y pasarán mucho calor, uno se imagina qué agobiante puede llegar a ser eso por unas horas, pero no te pasa por la cabeza cómo lo vas a soportar durante días.

La gran familia, con cunas para las gemelas, y con muchos otros huéspedes  fuimos ubicados en el corredor interno que conecta la zona de descarga con la cocina, un pasillo largo largo que exige luz artificial para poder ver, donde algo de viento corría,  tuvimos suerte, a otros les tocó en los pasillos de las oficinas o en los de las escaleras que eran muy sofocantes, y a los menos afortunados en el gran salón (refugio certificado) en donde a media noche se les cayó un pedazo de plafón de tablaroca encima. Allí nos pusieron camastros de la playa con colchonetas y toallas a manera de camitas.

Cerca de la hora en que el huracán comenzó a tocar tierra, el personal del hotel nos daba sándwiches, bebidas frías, toallas heladas para el calor, todos amables, sonrientes: aquí no va a pasar nada. Imagino que así habrá sido en el Titanic antes de hundirse mientras los pasajeros escuchaban música en el salón comedor. En ese momento estaba segura que nada malo nos iba a pasar y que al día siguiente por la tarde o por la noche comenzarían nuestras verdaderas vacaciones. Después de ésta experiencia me cuestiono si tener “mente positiva” no atenta contra la supervivencia.

Más tarde, mientras tapiaban todas las puertas de salida con madera una persona repetía: ya nadie va a salir al baño. Sentíamos cómo el viento cimbraba las puertas y escuchábamos cristalazos y golpes. Gracias a las medidas de seguridad del hotel –que yo había creído exageradas- nadie atestiguó escenas hollywoodenses: el viento levantando camas y refrigeradores por los aires, cosa que sí sucedió,  y nadie entró en pánico.

Cuando despertamos comenzaron las noticias de radio pasillo, no había comunicaciones y por supuesto no se sabía nada con certeza salvo que el huracán había sido devastador, el hotel estaba seriamente dañado y nadie podría salir de allí. Había 2 baños para unos 500 huéspedes confinados a los pasillos internos. A las 8, todos reunidos en el gran salón, mientras el gerente y su equipo nos informaban lo poco que sabían se cayó delante nuestro otro pedazo de tablaroca del techo, eso sí nos puso a temblar.

Pasamos un total de 3 noches y 4 días como refugiados en la parte interna del hotel, con acceso a un pequeño claustro con aire libre que estaba entre los baños públicos (rehabilitados posteriormente) y el gran salón que para entonces había dejado de ser un refugio certificado y se había convertido en zona prohibida. También podíamos tomar aire y sol en  la rampa del área de carga y descarga donde habían reubicado los camastros de todos los que la primera noche durmieron dentro del salón.

Dentro de los pasillos había goteras, unas chicas, otras grandes, llovía todo el tiempo. Gracias a esa bendita lluvia interna que fue recolectada por todos los recipientes que encontraron se pudieron jalar los escusados cuando nos anunciaron que la reserva de agua bajaba y que el agua potable estaría limitada a lavarse manos, cara y dientes.

Con el paso de las horas la vacación frustrada, la incomodidad de dormir bajo goteras, el calor, la aglomeración, las largas filas para comer, la falta de la higiene personal a la que uno está acostumbrado y todo lo incómodo que nos estaba pasando era la situación más afortunada de la región. Fuimos teniendo noticias de los saqueos, la rapiña, la falta de luz, agua, comida, gasolina, comunicación y casas destruidas ¡Estábamos en la gloria! En un lugar seguro, en donde nunca nos faltó agua y nuestras 3 comidas que, dicho sea de paso, siempre fueron muy sabrosas.

Con el paso de los días los otros huéspedes habían adquirido identidad: la familia de Puebla que siempre estaba elegante, los de Monterrey que nos ofrecían comida, los papás del infante que se duerme escuchando a los hombres G, el médico militar, el gringo anacoreta que sacó su colchón al claustro, los compadres que habían retirado el compadrazgo por haberlos llevado a vacacionar durante un huracán… Nos conocimos, conversamos, solidarizamos, nos compartíamos la poca información, generamos un extraño vínculo que nunca había sentido: el vínculo entre confinados.

Los verdaderos afectados por el huracán, el personal del hotel Fiesta Americana, siempre tuvo una actitud increíble: amables, positivos, serviciales, no exagero: heroicos. Tienen nuestro profundo agradecimiento y admiración. Esa distancia entre huésped y personal se fue acortado con el tiempo. Muchos de los huéspedes acabamos ayudándoles a trapear (tarea básica debido a las goteras perenes) a mover escombro, a cargar, a limpiar. Escuchamos sus cuitas, el no saber cómo estaba su casa y familia porque no habían podido salir del hotel o su preocupación porque sus parientes no tenían noticias de ellos ya que estábamos totalmente incomunicados. Varios nos llevamos a casa el encargo de hablar por teléfono con sus madres para que supieran que “estaban bien”.

Efectivamente el martes salió el sol y nos dieron permiso de ir unas horas a la playa, a un cuadrito de playa limitado por guardias y  bandas amarillas donde no llegaba el mar pero pasamos un par de horas felices haciendo castillos adornados con conchitas y donde habían cavado un hoyo de medio metro que se llenaba  cuando alguna ola potente llegaba hasta nosotros: un chapoteadero-arenero en el que nuestros hijos se aferraban a la felicidad de la vacación. Para cerrar la tarde con broche de oro nos bañamos con un chorrito de agua de lluvia que caía desde un desagüe del tejado, pero eso sí, con jabón y shampoo. Para entonces ya habíamos podido ir a recoger nuestras maletas para sacar ropa limpia y seca; y de paso ver con horror cómo había algunas habitaciones totalmente destruidas, la que estaba justo al lado de donde se iba a quedar mi suegra, por ejemplo.

Lo más difícil creo que fue la incomunicación y la incertidumbre ¿Cuándo vamos a poder salir de aquí? La información oficial era clara: afuera es más peligroso, incómodo e incierto. Aguántate. El miércoles llegaron noticias del puente aéreo, de maniobras militares para sacar a los turistas ¡todos a empacar, ya nos vamos! Después de unas horas de esperar junto a nuestro equipaje en el área de carga y descarga, seguía sin aparecer un puto camión para sacarnos de allí. ¡No por favor, una noche más aquí, NO!

A media tarde se restableció el teléfono y entró al hotel la llamada de mi cuñada quien, junto con el resto de nuestras familias, había estado explorando todas las opciones posibles para sacarnos de allí. Esta vez la información era segura: había que salir inmediatamente hacia el aeropuerto de San José en la camioneta que habíamos alquilado, habría un vuelo que nos sacaría de allí ¿a dónde? Quién sabe, a dónde sea.

Cuando el avión despegó rumbo a Guadalajara, no lo pude evitar: lloré y lloré. Todos los días de encierro había que guardar la calma para tener claridad mental, ayudar a mis hijos a interpretar la realidad de la mejor manera posible y no estresarlos, mantener una actitud positiva porque, aprendí leyendo a Viktor Frankl quien las pasó mucho peores, que uno tiene la libertad para decidir con qué actitud vivir las cosas; pero cuando me sentí libre… de verdad me quebré, allí se me vino toda la experiencia encima. Ahora toca digerirla.

Liz Espinosa Terán, 19 de Septiembre de 2014